jueves, 27 de noviembre de 2014

LA VERDAD EN BROMA POR SANTIAGO



LA VERDAD

EN BROMA



Zapatero,
Subió al cielo,
A pedirle con anheló
A cristo nuestro señor,

Señor mío Jesucristo,
Vengo del suelo español,
A tu poder infinito,
Vengo a pedirte un favor,

Que en Cataluña,
Ya no hay leyes,
Vergüenza y dignidad,

Que manda Carod  Rovira,
Y el pobrecito Montilla .

Que en España,
Ya no hay leyes,
Vergüenza ni dignidad,
Y tú solo es el que puedes,
Bajar a aquello pronto arreglar,

Y Jesucristo,
De que le oyó,
Sin perder un instante,
Le contexto:

Calla ignorante,
Vete de aquí,
Porque tú no recuerdas,
Lo que yo sufrí,

Tiempo atrasado,
Que yo baje a daros luz,

Y por buen pago,
Me asesinasteis,
En una cruz,

Ahora arreglaros,
Que ya no bajo,
Que esto es así,

Con tanto pillo,
Y tanto granuja,
Como ahí allí,


Autor Santiago  Blanco


La vejez y nuestros Hijos



   



          LA VEJEZ

  Y NUESTROS  HIJOS 

Estamos en el dos mil,
Tiempos de mucho estudiar.
La juventud quiere ir
Sin trabajar, seducir
Un mundo para soñar.

Tanto libro, asignaturas...
Tanto querer viajar
Los de veinte y criaturas
Tantas cosas sin censura...
Tantos libros estudiar,

Antes en mis cortos años,
Lo confieso, y es verdad,
¿de estudiar ?ni soñarlo.
Del trabajo éramos esclavos,
Así lo e de confesar.

No sabíamos leer
Y muy poco escribir,
Pero teníamos amor
A los padres y patrón
Por que éramos así.

Hoy tantos estudios y letras
Aprenden en cada estación,
Sin recibir asignaturas
Estas bellas criaturas
De la bella educación.
                                                           
Hoy estudian matemáticas
Todas nuestras criaturas,
Pero amar a los ancianos
Esto ellos no estudiaron
Ni  hicieron asignaturas.

Ven  un ciego por la calle      

   O a un mendigo pedir

No hay Santo que lo agarre
   En ninguna esquina o calle
   Ni aun le dejan vivir

Hacen burla del anciano
Del mendigo o de los ciegos,
Sin saber tal vez mañana
También tendrán la migraña
Porque serán pordioseros.

Recuerdo de pequeñín
Que respetaba a mis Padres,
A la abuela y al abuelo,
Pues lo tenía por modelo
Sin enseñármelo nadie

Era tal la educación
Que tenía a mis ancianos,
Les cedía el mejor rincón
Que existía en el fogón
Por verlos casi acabados.

Epistola del Cabrin Cabrate por Santiago

EPISTOLA DEL
 CABRIN CABRATE

Estaba Cabrin  Cóbrate
En una peña peñascote;
Y vino el lobo lobate
“Cabrin  Cabrate

No bajas ha comer hierba
Hierba frescate

Responde Cabrin  Cabrate
“Lobo Lobate

No bajo ha comer
La hierba frescate
Por que me agarraras
 Del gargaberate      

Responde el Lobo Lobate

“Cabrin  Cabrate


¿No sabes que estamos
En tiempo de ayuno
Y que no podemos comer carne
Dé Cabra ni de Cabruno
  
Bajo el Cabrin  Cabrate
A comer  la hierba   frescate
Y vino el lobo Lobate 
Y le agarro del gargaverate

Responde Cabrin  Cabrate
“Lobo Lobate

¿ No dices que estamos
En tiempo de ayuno
Y que no podemos comer carne
De Cabra ni de Cabruno

Responde el Lobo Lovate
“Cabrin   Cabrate

Ante la necesitaten
No hay pecaten

AMEN………………

Autor  Santiago  Blanco




miércoles, 26 de noviembre de 2014

como hacer pastel de calabaza por Amelia


como plantar tomates niebes


en este vídeo veréis como plantar tomates

patchwork basico por carmen martin

  en este video se esplica como cortar las telas y combinarlas para hacer las figuras y dibujos , para hacer cojines y colchas

Animales graciosos Antonio



Texto, original de Vicente








ESTAMPA VERANIEGA
En la oscuridad de la noche, dirijo mi vista hacia el reloj situado en la mesita y observo que la fluorescencia de la aguja mayor está situada en las doce mientras la menor lo hace en las cinco, o sea, que son las cinco de la madrugada y, desde que me acosté, he sido incapaz de pegar un ojo. No sé por qué puesto que he cenado frugalmente, no tengo preocupaciones pendientes, mantengo la ventana de la habitación abierta por la que se cuela una agradable brisa fresca nocturna, reina un silencio sepulcral y, a pesar de todas esas condiciones, no hay manera de conciliar el sueño.
Vueltas para un lado, vueltas para otro. He contado tantas ovejas que ya no me caben en la habitación.
Me he puesto en las posturas que los refinados llaman: prono, supino y fetal, posturas que para el resto de los humanos son: boca abajo, boca arriba y la posición en la que uno está en el claustro materno, pues en ninguna de ellas me ha querido visitar el dios Morfeo.
Alguien pensará: ¿Extrañará la cama?
No, la cama no la extraño, ella y yo nos conocemos muy bien, lleva muchos años aguantándome ¡Ay, si ella pudiera hablar! Pero lo que sí extraño es la ausencia que deja uno de sus lados vacío…Bueno, lo que faltaba, estoy oyendo los motores alares de un mosquito. Enciendo la luz, me pongo a hacer de detective mosquitero. Registro: El techo, las paredes, el suelo, nada no hay manera de dar con él. ¿Se habrá marchado por dónde vino?
Ya que estoy levantado, aprovecho para hacer una visita al lavabo, vacío las aguas residuales y me vuelvo a acostar.
A ver si ahora con la vejiga relajada, ya que no he cazado a el mosquito, pillo el sueño.
Vana ilusión. A los cinco minutos de haber apagado la luz, siento un escozor en el antebrazo. Será desgraciado, pues no que me ha picado a traición.
Por cierto: si las que pican son las hembras ¿Por qué acusamos a los machos? ¿Eso no es sexismo?
Enciendo la luz y ¡Albricias! Lo veo posado en la pared.
La verdad es que el primer impulso fue atizarle un manotazo, pero luego me dio lástima y pensé: No es más que un insecto díptero, un ser más de la creación, para que voy a matarlo, a mí por una picadura, tampoco me va a pasar nada. Pero mi compasión iba disminuyendo conforme el escozor iba subiendo, así que, al final, le di el manotazo quedándolo estampado en la pared. Luego me tocó limpiar la mancha de su sangre que supongo sería la mía.
Me vuelvo a acostar, apago la luz, a ver si hay suerte y duermo.
Nada, no hay forma, otra vez a las posiciones antes mencionadas, vueltas y más vueltas y así hasta las siete de la mañana, hora en que decido dar por terminada mi estancia en la cama por esta noche.
Me levanto, voy al aseo, acto seguido paso a la cocina para prepárame un bocadillo, preparo los bártulos de la playa y, a ella me dirijo.
Una vez en la calle, compro el periódico en el quiosco, ojeo la portada y, nada más que leo los titulares: Guerras en varias partes del mundo, según el gobierno, el paro ha bajado, los sindicatos dicen que: ha subido la precariedad laboral, en el interior desarrollan estas noticias y algunas parecidas. Así que lo enrollo y lo meto en la mochila. Después de la noche que he pasado, no quiero comerme el coco.
Bueno. Ya estoy en la playa.
Los únicos que están presentes son: unos pescadores con sus cañas amarradas al suelo y sus sedales introducidos en el mar, un poco más abajo, unos cuantos chicos y chicas metidos en el agua.
Doy los buenos días, planto la sombrilla y me dirijo a la orilla, introduzco un pie en el agua para comprobar su temperatura. ¡Puf! ¡Qué fría está! Pero si los jóvenes se están bañando ¿Por qué no puedo hacerlo yo también?
La prudencia de la edad me aconseja esperar a que el termo solar caliente el ambiente, no quiero exponerme a pillar una pulmonía.
Así que lo que hago es ponerme a caminar playa arriba playa abajo. Una vez he andado lo suficiente como para sentirme cansado, me siento y me pongo a leer el periódico. Leo los titulares interiores, el editorial y alguna que otra columna.
Absorto en la lectura, no me he dado cuenta que los pescadores han ido recogiendo sus cañas y sus nasas y me van dejando solo. Dejo el periódico y me pongo a comer el bocadillo a la vez que fijo mi vista en el horizonte y observo que, del mismo, nace un manto rojizo que va tiñendo el mar y el cielo. Este manto no es más que el embajador que anuncia la inminente salida del astro rey. El orto, se va produciendo lentamente. Como si surgiera del mar, comienza a verse una cuarta parte, una media, tres cuartos y por fin, la salida majestuosa del mantenedor de la vida en la Tierra ¡El Sol!
Nace tan rojo que parece estar recién forjado en la fragua de Vulcano. ¡Qué maravilla!
Acabo el bocadillo y vuelvo a pasear por la playa, paralelo a la orilla, de pronto, observo en un hoyuelo, a una docena de alevines que balanceados por las olas, se lo estaban pasando bomba porque ni mi presencia les inmutó.
Me marco como meta el llegar hasta una piedra que hay a la orilla, a unos dos kilómetros de donde me encuentro, al llegar a ella me siento y, tras seguir contemplando la inmensidad del mar me digo: Que hermosura, cómo el cielo, sin pinceles, lo pinta de azul.
El graznido de una blanca gaviota me saca de mi ensueño. La observo que vuela hacia el interior del mar, vuelve a salir, se eleva, vuelve a bajar y planeando, recoge sus alas posándose en el agua justo frente a mí.
Empieza a graznar y vuelve a alzar el vuelo, pasando por encima de mí, da unas cuantas vueltas y se vuelve a posar, esta vez más cerca de donde estoy yo, parece que me esté invitando a seguir sus acrobacias, pobrecilla, ella no sabe que, con las alas de mi mente puedo volar más rápido y más alto que ella pero mi cuerpo está condenado a pisar la tierra firme.
Me extraña verla sola, normalmente lo suelen hacer en bandadas o por lo menos en parejas. ¿No estará imitando a Juan Salvador Gaviota?
Mirando para ella, el salto de un pez, me hace girar la cabeza hacia mi izquierda, veo como salta, nada, y vuelve saltar. Pobrecillo, fueron sus últimos movimientos, porque la que, hasta ahora, era mi admirada compañera, en un visto y no visto, lo atrapó con su pico para acto seguido desaparecer de mi vista.
Pobre pez, él que estaba disfrutando de unas nítidas aguas y de un espléndido sol, acabó engullido por la veloz palmípeda. Que estrecha es la línea que separa la vida de la muerte, pero esa es la injusta ley de la vida: unos mueren para que otros vivan.
Recuperado de este trance, allá donde el cielo y el mar parecen juntarse, se divisa la silueta de una embarcación, al estar tan lejos no puedo distinguir si es un crucero o un transportador de containers.
Como el sol ya está haciendo honor a la estación en la que estamos, me animo y entro un pie en el agua, luego el otro, me mojo los brazos y el pecho hasta que por fin me decido y me lanzo de lleno al agua ¡Puf! ¡Que fría está todavía! Pero conforme voy nadando, la temperatura corporal se va adaptando al ambiente. Nado durante bastante tiempo en dirección a donde tengo mis utensilios, les echo un vistazo y a continuación sigo andando, esta vez con un pie en el agua y el otro en la arena.
La zona ya se va saturando de bañistas por lo que a las bellezas naturales del cielo, el mar y la montaña limítrofe hay que sumar otras de no menos admiración.
Mis piernas empiezan a avisarme de que me estoy pasando, así que doy media vuelta y me dirijo al punto de partida. Me voy a la ducha para quitarme el salitre marino, tiendo la toalla bajo la sombrilla y, no sé si por el insomnio nocturno, más la natación y la caminata junto con la nana repetitiva de las olas, entro en un dulce letargo que me hace perder la noción del tiempo y del espacio.
Al despertar del mismo, recuerdo haber soñado con una figura femenina que imaginaba: Desnuda, acostada en la arena boca arriba, con el sol dorando su piel, las olas acariciando sus pies, la fresca brisa marina, erectando sus pechos y yo a su lado, también acostado, soñando con ella despierto.
Al volver a casa pienso: Después de una noche de insomnio he tenido un día de ensueño.


Vicente Jorge Rodríguez